Desertificación

("Desertificación", stand Atacama Panorámica, Feria Ch.ACO Chile Arte Contemporáneo, septiembre de 2015, Centro Cultural Estación Mapocho, Santiago de Chile)


Dos marcos delimitando la frontera ilusoria entre desierto y ciudad.

El primero circunscribe en el paisaje un trozo de invasión citadina, absurda y violenta, sin puertas siquiera, hermético, condenado al fracaso, a la deserción incluso de quien construye; pero también a la desertificación que el espacio en el cual se emplaza ejerce de manera justa sobre él. Esta vez, en términos ambientales, con una aridez transformadora, que descompone los elementos y vuelve a la construcción parte del paisaje.

Pero el paisaje también desertifica hacia fuera del segundo marco, el dorado, pero esta vez en un sentido monetario, en la relación con el capital (precisamente en la capital, desde la periferia absoluta). Así aún en la feria, por antonomasia sitio de la transacción de bienes por dinero, publica el espacio privado en contraposición a la ya acostumbrada privatización del espacio público, volviendo gratis a la obra, como gratis es el desplazamiento en un espacio que no conoce de parcelaciones, que se expande sin límites, precisamente porque prescinde de ellos.
















Tomar Distancia

("Tomar Distancia", Residencia "Nuevos vecinos", mayo de 2015, Galería CasaNekoe, Valparaíso, Chile. Curaduría de Carlos Silva)


Tomar distancia. La actitud correcta al asumir una problemática. No hay víctimas. No se es un salvador, no se es un mártir. Permanecer despierto, lejos del llanto, cerca del humor.
Un aluvión, pueblos borrados del mapa, ruinas, gente que pierde todos sus bienes materiales, pero que sin embargo conservan la lucidez de escribir “Se vende barro” en el frontis de la casa, escrito justamente con barro, que es casi lo único que ahora hay. La risa sana y pura.
Y si se puede reír en un funeral, pues entonces vamos por lo bueno. Así, con esa actitud, llegar hasta donde Benjamín Torreblanca, ahora el único habitante de Llanta, un pueblo perdido en el Desierto de Atacama, que hasta antes del aluvión tenía 58 habitantes. La determinación de vivir solo la había tomado hace ya 25 años, esto no cambiaría las cosas. Una pensión de lástima lo alimenta, un sueldo precario que lo deja con honores por debajo de la línea de la pobreza extrema, pero de la que sin embargo gasta sagradamente un tercio cada mes para lectura. Miles de páginas por mes. Nunca fue a la escuela, sin embargo puede hablar del imperio bizantino y del arroz con huevo en la misma frase, de forma lógica, fascinante. Boxeador desde niño, a punta de combos se hace la vida. Recibe los libros del envío, el destinatario regalón, se los llevó casi todos, no podía ser de otra forma ¿alguien podía haber hecho más méritos, si aprendió a leer con las letras que le dibujaba su hermano con un palito en la tierra, cuando sólo tenía 4 años?. Emocionado, ante el alimento que le llegaba, busca entre sus pertenencias un disco con un video que había preparado el año 2005 como carta de presentación, por si alguien en una oportunidad lo quería conocer. Sin poderlo revisar, pues televisión no tiene, menos aún un computador, me lo entrega. En ese momento, aún con la emoción indescriptible de haber recibido uno de los regalos más importantes de la vida, me daba cuenta que esta obra estaba ya lista hace 10 años, nos esperaba, sólo era cosa de salir a encontrarla.











Ranchera

("Ranchera", julio de 2015, Galería Anónima, Viña del Mar, Chile)


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Como el charro, viril en su violencia de pistolas revolucionarias que llora y exhibe el dolor del abandono: borrar la imagen, el recuerdo, la evidencia patente de la existencia de la amada perdida, recluida en un espacio cerrado representado en el frontis de la casa, límite de un adentro y un afuera, su recuerdo, representado en el habitar espacios cerrados que se abandona a la intemperie para curar la herida.

El acto fotográfico se presenta como un exorcismo, como una purga de la podredumbre del sentimiento traicionado, por medio de la fijación de la imagen que se pretende olvidar. Se es hombre porque se vive y acepta el dolor, recordándolo para hacerlo cotidiano, constante y compañero de la vida.

La imagen fotográfica, en tanto experiencia de la mirada del autor, se convierte en la colectivización del dolor de la ruptura: se muestra una imagen, se canta en voz alta, sufriendo y aceptando la partida, desdeñando el regreso. Sin embargo, la exageración del acto de la manifestación del dolor, llevada a cabo por medio de la exposición del soporte fotográfico al sol del desierto, produce el paulatino desgaste de la imagen visible, vaciando el soporte, tornándolo apenas perceptible, apenas una experiencia, como el tiempo en el amor perdido.

Como la imagen de un relicario, la casa se convierte en la custodia del ser perdido y, al mismo tiempo, en signo visible de su naturaleza de refugio frente al cielo abierto, frente al sol, frente a la lluvia.

La fotografía se presenta entonces como el mensaje que pretende buscar la solidaridad del otro frente al dolor, como en la ranchera el charro que se muestra débil para ser consolado.

¿Acaso no es el sol como el vino, que obnubila la mirada y permite ver como otro? ¿Acaso no es una imagen borrada por el tiempo, la instancia para ver las imágenes propias como ajenas?


Mirar desde fuera el propio imaginario hecho una tenue mancha.

(Fotografías de Cristian Maturana - Texto de Víctor Estivales)












Accesos

(Serie "Accesos". Material enviado al proyecto editorial colectivo "Ruta". Invitación del Colectivo Plataforma, Concepción, Chile.)



El doble juego. El acceso es también la salida. Acceso desde el punto de vista foráneo, desde lo que se espera de una ciudad, lo que satisface o defrauda las expectativas del visitante. Pero para el residente, el mismo espacio es la salida, la periferia, el lugar donde esa ciudad cree deshacerse de lo que pretende dañino. Así encontramos viviendas sociales, pobreza, vertederos, centros de reclusión, todo lo que no queremos ver. En el norte de Chile, además, donde la ciudad limita con la nada en términos de propiedad privada, limita a su vez con el todo en términos de posibilidades ¿posibilidades de qué? No de realización en un sentido aceptable, pues es periferia, espacio de contrasistema, así se desarrolla su potencialidad de esconder lo siniestro, de cobijar tanto amoríos ocultos como cadáveres, pasando por un completo abanico de asuntos reñidos con la estricta y estrecha moral citadina. Ese es el espacio que se pretende abordar, desde adentro, encontrarnos con nuestros despojos, resignificarlos y exponerlos sin vergüenza, invertir el ejercicio del ciudadano común, permitir que se nos conozca por nuestra basura, pero no esconderla en bolsas negras, menos aún debajo de la alfombra, sino que rescatarla, dignificarla, mostrarla y permitir que otros descifren nuestra identidad como habitantes de una ciudad que cada vez se niega más a si misma, que falsea descaradamente su origen. Estos somos, aquí estamos.






Imaginarios para Atacama

(Sin título, colectiva "Imaginarios para Atacama", enero de 2014, Centro Cultural de Atacama, Copiapó, Chile. Curaduría de Colectivo Atacama Panorámica)


Este ejercicio fotográfico es un primer intento de introspección provinciano colectivo, es decir, convocar en la región de Atacama a grupos que trabajan en torno a lo fotográfico. Los uniría, por cierto, el situarse en las regiones con la dualidad sur-norte, con la finalidad de encontrar las posibles claves para repensar una interioridad periférica, posibilidad de ensimismamiento que podría recuperar las imágenes perdidas por el avasallador y uniformador centralismo. Porque finalmente la historia la escribe el que ostenta el poder, el monopolio político y económico, imponiendo moldes y modas adaptadas de otros centros. De esta manera en nuestro país la capital Santiago aparece como la que acapara lo mas “refinado” de nuestra cultura y la de afuera, la que está a la vanguardia de las artes, el conocimiento, la conciencia histórica, etc. dejando a la provincia como el reducto de la barbarie y la ingenuidad primitiva que aún le rinde culto a la oscuridad y a sus fantasmas, realizando conjuros para que el agua regrese, por ejemplo, a nuestro explotado y gastado Copiapó, para algunos, aún entre un Romanticismo republicano y un Barroco colonial en desuso, con el color étnico molestando a ese afán europeizante ya decimonónico, que una clase dirigente adoptó. Esto no supone coger la bandera del regionalismo a ultranza, sino diversificar los relatos, pensar la contradicción fundacional y desde las ruinas de nuestra memoria intentar encontrar la universalidad de la forma y el contenido que trascienden, esta diversidad de los relatos que la provincia esparce por un inconsciente colectivo, contradiciendo el imperio global, oponiéndose al monopolio del conocimiento y al poder de un estado represor, en principio por simple acto de resistencia, como diría Michel Foucault, y después por afirmación del libre y liberador acto creador. De esta manera ante la racionalidad económica del positivismo más trivial que hoy impera, aparece el derroche del pirquinero y su religiosidad trágica, llena de actos sacrificiales y muertes estéticamente ostentosas, como en derrumbes estrepitosos o ser despedazado por un cinturón de dinamita. Esto por tanto constituye, en nuestro caso, imaginarios determinados en alguna forma por un fuera de tiempo, por lo anacrónico y una fuerte dosis de nostalgia por esa imagen Baudelaireana de las ruinas. Creo por mi parte que nuestra “contemporaneidad” en la provincia, esta entrelazada con una lenta percepción del tiempo, coexistiendo paralelamente con otras épocas, por lo menos hasta hace poco, ya que finalmente la imposición de la red global nos inserta por obligación en todo acontecimiento que un poder occidental e imperial quiera que asimilemos, para que creamos en su verdad y la promesa de la plenitud económica o la salvación por un orden racional. Pero se vislumbra aun por estos lares, me gusta creer, lo que descoloca todo eso que se impone desde fuera, nuestra tarea es descubrirlo y activarlo. De esta manera en esta suerte de vuelta a los mitos locales queremos realizar una reflexión en torno a los despojos de la historia, escarbar en la alteridad provinciana buscando la posible salvación en olvidadas cosmogonías. Así los fotógrafos venidos del sur podrán, ante la radical diferencia de los paisajes, volcarse en la relación con ellos; y nosotros hacer lo mismo con el territorio ancestral y su permanente negación por un poder Mundial.

Manuel Ormazábal Soto

Colectivo Atacama Panorámica

  

Cuidado Personal

("Cuidado Personal", colectiva "Miradas", enero de 2013, Centro Cultural de Atacama, Copiapó, Chile. Curaduría de Colectivo Atacama Panorámica)


Saco pocas fotos. Hablo poco. Soy reservado. Soy más bien del tipo solitario. Y creo que todo esto me ha salvado la vida.
Llevar la pena como una cruz, como dirían las viejas pechoñas. Pero no una cruz escandalosa y flameante, sino una incandescente, tan sutil como dolorosa, determinante.
Saberse desmembrado, pues el daño a los hijos es el daño a lo que subyace de la carne, carne de mi carne (esa sí que es una figura acertada), algo que jamás podrá ser puesto en palabras, por eso callo. Por eso fotografío, para olvidar. Para llegar a la casa y no estar realmente ahí, en esas piezas vacías, frente a esos juguetes desarticulados. Poder remitir a esa foto mi memoria completa, convaleciente, y así no sufrir con lo que a diario veo, pues hay una imagen que almacena, un artificio que es certeza, que alivia. Sólo así se puede sonreir en medio del incendio interno. La casa se quema, pero sólo por dentro. A llorar a la iglesia, como dijo Basile, no sirve de nada, no ayuda. ¡Circo! ¡Palomitas! ¡Bengalas! ¡No niños, nada de esto está pasando! ¡Rían! (El papá se encargará de remediarlo, lo promete).

Entonces abogados, entonces demandas, entonces juicios y apelaciones. Cuidado Personal le llaman, no tuición, un eufemismo más. Pero el eufemismo cobra validez con el fotografiar a escondidas de la emoción, no mirando a traves de la cámara, sino encondiendo los ojos con ella, cuidándome (en lo personal). Así es como se pasa esto, si es que pasa, fotografiando, olvidando.












Una temporada en el infierno

("Una temporada en el infierno"Noviembre de 2011, colectiva "Atlántica", Casa de Los Capitanes, Fotonoviembre - XI Bienal Internacional de Fotografía de Tenerife, España)



("Una temporada en el infierno"Noviembre de 2012, Bipersonal "Ensayos de luz y muerte", Centro Nacional del Patrimonio Fotográfico CENFOTO, Santiago de Chile)

¿Cuánto podrán durar las marcas de estas pisadas que tanto parecen molestar a la pulcritud de la duna? ¿Por cuánto tiempo podrá permanecer el testimonio de este deambular sin pretensiones? Nada ciertamente podrá alterar lo que debajo de mis pies se halla. Y sin embargo, por menor que esta huella en el contexto resulte, siempre significará una experiencia inconmensurablemente mayor que toda la que yo pueda acumular en mi mochila. Pues nunca me he quedado a la verdadera merced de este paisaje, nunca he hecho entrega de mi materia para ser borrada por este sol y este viento. Mientras no muera, la experiencia de todos los objetos que frente a mi ahora desfilan, será mucho mayor a la mía, a esta divagación, a este caminar sin perderme nunca por completo.

La imagen no es suficiente, jamás la descontextualización de ella respecto a su referente será tan efectiva como para hacer parecer que las experiencias de uno y otro son homologables. Así dejar la imagen sólo para fantasear con ese desprendimiento de la materia primera, del propio cuerpo, de la única sección que nos relaciona con el presente. Morir en parte para hacer esa relación permanente, como ofrenda. Así no una muerte con velo de castigo, sino una con clara amabilidad, que permita ser parte real del entorno.

De ese modo este papel lustre devela no sólo la imagen del registro, sino también aquella función redentora de la naturaleza, la que es vincular de forma responsable al objeto introducido con el paisaje, siempre más acogedor que lo que la palabra “desierto” nos sugiere.










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